“¿Quién  es esta, que se levanta como la aurora, que es hermosa como la luna, y  resplandece como el sol?”, proclama la Iglesia. La tierra y el cielo, la Iglesia  entera, celebra gran fiesta, y nosotros también. Esta fiesta se extendió desde  Oriente donde comenzó, por muchos sitios desde el siglo VII, y desde el siglo  XIII ya se vivió como fiesta por todo el pueblo cristiano.
La Virgen no  padeció mancha de pecado alguno, ni el original que nos legaron Adán y Eva, ni  otro alguno. En este misterio celebramos que quedó constituida libre del pecado  original desde el primer instante de su vida. Ella es la "plena de gracia", en  virtud de un singular privilegio de Dios y en consideración de los méritos de  Cristo. Fue constituida libre de cualquier egoísmo y atadura al mal. Convenía  que la que tenía que ser Virgen María fuera la maravilla de la creación, la obra  maestra.
Nos conviene contemplar a la más perfecta, la más bella de las  mujeres. “Tota pulchra est Maria”: 
es la criatura más hermosa que ha salido de  la mano de Dios. Reina del cielo y de la tierra, 
es superior por su gracia a  todos los ángeles.
Fue en 1854 cuando Pío IX dijo en la Bula “Ineffabilis Deus:  “Declaramos, Proclamamos y Definimos que la doctrina que sostiene que la  beatísima Virgen María fue preservada de toda mancha de la culpa original en el  primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios  omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género  humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente  creída por todos los fieles”.
Muchos pueblos sienten la devoción a la Inmaculada  como algo muy suyo, basta pensar las imágenes que presiden muchas iglesias,  grandes obras de arte del renacimiento o del barroco (por citar algunas, en  escultura “La cieguecita”, de Juan Martínez Montañés y la “Virgen de la Oliva”  en Lebrija, de Alonso Cano; en pintura, las de Murillo lo resumen todo); la  devoción a la Inmaculada atrae a los jóvenes a cantarle (como en el caso de la  imagen de Sevilla, que está al lado de la catedral), y también recuerdo la  fiesta que se organiza en la plaza de España en Roma, donde el Papa Juan Pablo  II solía ir a visitar piadosamente rodeado de multitudes, ante otra Inmaculada,  también coronando una columna.
Esta devoción abarca aspectos muy  cotidianos, como la costumbre de tantos sitios de saludarnos al entrar a una  casa, con un: 
“ave María purísima”; y la respuesta de quien nos recibe dentro:  
“sin pecado concebida”. Es también muy bonito emplear este saludo inicial al ir  a confesar. Y qué alegría oírlo cuando se oye o ve algo malo, que ofende el buen  sentir, como un modo de reparar a la Virgen, de rectificar con amor aquella  falta de amor...
También –y eso siglos antes de la proclamación  dogmática – con juramentos proclamaban los ayuntamientos la fe en la Inmaculada  Concepción, asimismo no se podía ser doctor en las universidades de Salamanca,  Hispalense y otras muchas, si no se juraba como requisito defender esta verdad,  al recibir el título universitario se hacía testimonio de esta fe.
En  fin, que es devoción muy popular y muy arraigada. El corazón del pueblo  cristiano -guiado por el espíritu Santo- tiene razones profundas, es el “sensus  fidei”, el sentido de la fe. No serán razones muy razonadas, sino la expresión  sencilla de la verdad, del corazón, el buen hijo que demuestra el amor a su  madre. Como decía san Josemaría Escrivá, ¿como escogeríamos a nuestra Madre si  hubiésemos podido hacerlo? Hubiéramos escogido la que tenemos, llenándola de  todas las perfecciones y gracias. Así lo ha hecho Dios.
Convenía que la  que tenía que ser Madre del Hijo de Dios fuera liberada del poder de Satanás y  del pecado, de aquel pecado original que se borra por el bautizo. Por esto,  debemos hacer propaganda de bautizar los niños cuanto antes, los padres tienen  derecho, y los niños lo necesitan como el pecho de la madre para poder  alimentarse. ¿Cómo vamos a decir a un niño que escoja tomar alimento cuando sea  mayor? Sería una aberración, pues la madre quiere darle lo mejor, por eso le da  alimento, y por eso le da la fe del bautismo por la que somos hijos de Dios.  Este aniversario nos recuerda también la batalla que hay en el mundo a favor de  la vida: Santa Ana concibe su hija María, y no la rechaza, como hacen muchos hoy  dejándose llevar por una cultura del egoísmo y de la muerte: la recibe en sus  entrañas como un don de Dios, recibe un tesoro privilegiado, recibe el don de la  vida, que es sagrado. Y pensar que algunas personas están ciegas ante este  don... Por esto nos viene tan bien
 la devoción a la Inmaculada: nos humaniza,  nos hace más delicados en el amor.
 
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