Santa María Ruega por nosotros!

MARÍA: NUEVA IMÁGEN DE HUMANIDAD

Llevadle esa flor que sois cada uno de vosotros, con vuestras vidas concretas, con alegría unas veces y otras con sufrimientos. Santa María os escucha y os hace sentir en el hogar en el que la puso el Señor, la Iglesia, para acompañarnos, alentarnos, darnos esperanza y recordarnos lo que tenemos que hacer como discípulos de su Hijo.

El Salvador del género humano debía recoger a todos los hombres. El nuevo Adán debía nacer de una tierra inmaculada y virgen, sin lluvia de varón, para posibilitar el inicio de la nueva creación. La Virgen María refleja la perfección del plan de Dios, vincula a Cristo con el primer capítulo del Génesis. No habrá hombre nuevo sin tierra nueva. No habrá un cielo sin suelo. ¡Qué bien viene aquí recordar aquellas palabras que fray Luis de León dirige a María: «A Dios de Dios bajáis del cielo al suelo, del hombre alzáis del suelo al cielo» (L. Mª Herrán, Mariología poética española, Madrid 1988, p. 151). Es impresionante contemplar la bendición que la Virgen María oyó por dos veces: «Bendita tú entre las mujeres». Así se lo dijeron el ángel en la Anunciación y su prima Isabel en la Visitación. La primera mujer es causa de muerte para los que vivían y la segunda, María, es causa de salud para los mortales. Cuando meditamos lo que los poetas han cantado, lo que los pintores han
captado y lo que los teólogos nos han mostrado sobre María, siente uno algo muy especial: Ella es la materia santa de donde Cristo recibe la carne. El seno de María, como dicen gran parte de los Santos Padres, se convierte en testigo del abrazo y el beso entre Dios y el hombre; según el salmo: «La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto» (Sal 84, 12-13). El seno de Santa María se convierte en hogar de la misericordia.

Os invito a decir conmigo esta oración a la Virgen en este mes de mayo: «Santa María Madre de Dios, como discípulos de tu Hijo y miembros de la Iglesia, queremos cumplir y acoger las palabras que desde la Cruz dirigió el Señor a san Juan apóstol: “Ahí tienes a tu Madre”, y también las que dijo a su Madre: “Madre, ahí tienes a tu hijo”. En el apóstol Juan estábamos todos nosotros: niños, jóvenes, adultos, ancianos, sanos y enfermos, ricos y pobres. Hoy te decimos: Santa María, te acogemos como Madre, te queremos como hijos. En Madrid te invocamos con el título de Santa María la Real de la Almudena; apareciste en una muralla. La muralla y los muros separan a los hombres. Abriste un hueco tan grande que te hiciste presente en medio del pueblo para darnos el mensaje de tu Hijo que lo es de libertad, de unidad, de fraternidad. ¿Qué quieres de nosotros Madre de Dios y de todos los hombres? Como Jesús tu Hijo, rompamos la separación del cielo y la tierra, hagamos un puente. Nos dijiste así que somos hermanos de todos los hombres y que juntos formamos la gran familia de los hijos de Dios. Gracias, eres bien aparecida, Santa Madre de Dios, santa y santina, señora de los desamparados, eres Santa María la Real de la Almudena. Ruega por nosotros». Amén.

Aparece María como la expresión máxima de la belleza y de la hermosura transfigurada, la imagen de la nueva humanidad. Se nos presenta en esta historia como la criatura que vive en una dependencia total y absoluta de Dios; en la que manifiesta lo que es la libertad plena que tiene sus cimientos en el reconocimiento de la genuina dignidad que Dios le ha dado, y nos desvela nuestra propia dignidad, la que podemos alcanzar en Cristo. Ella nos muestra que ponerse en manos de Dios es encontrar el camino de la libertad verdadera, ya que, solamente volviéndose hacia Dios, el ser humano llega a ser él mismo. En manos de Dios encuentra su verdadera vocación creada a su imagen y semejanza.

Precisamente aquí está el drama del hombre hoy: cuando margina a Dios de su vida y vive desde sí mismo, no se encuentra, vive aturdido, sin sentido, en la desesperanza. Y es que solo en manos de Dios encuentra su vocación verdadera, su imagen real. Santa María es el reflejo de la Belleza que salva al mundo, nada más ni nada menos que la belleza de Dios que resplandece en el rostro de Cristo, a quien Ella ha llevado en su vientre y lo entrega en la historia para que los hombres contemplemos su Gloria y su Belleza. ¡Qué fuerza tienen estas palabras! «Llena de gracia» es el nombre más hermoso de María. Desde siempre y para siempre, Ella es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso, «el amor encarnado de Dios»: Jesucristo. Ella se convierte en una nueva fuerza viva que orienta e impregna el mundo, desde el momento que dicesí a Dios. Es templo vivo de Dios.

Con gran afecto, os bendice,

+Carlos, arzobispo de Madrid
(ZENIT – Madrid) www.zenit.org