San Maximiliano María Kolbe, "El Caballero de la Inmaculada"

San Maximiliano Kolbe

1894-1941

Fiesta: 14 de agosto


"Tenemos que ganar el mundo entero y cada alma, ahora y en el futuro hasta el final de los tiempos, para la Inmaculada y a través de ella, para el Corazón Eucarístico de Jesús".

Maximiliano María Kolbe nació cerca de Lodz (Polonia) el 8 de enero de 1894. Ingresó en el seminario de los Hermanos Menores Conventuales en 1907, y el año 1918 fue ordenado sacerdote en Roma. Encendido en el amor a la Madre de Dios fundó la asociación piadosa de la «Milicia de María Inmaculada», que propagó con entusiasmo. Misionero en el Japón, se esforzó por extender la fe cristiana bajo el auspicio y patrocinio de la misma Virgen Inmaculada. Vuelto a Polonia, habiendo sufrido grandes calamidades, en el mayor conflicto de los pueblos, entregó su vida como holocausto de caridad por la libertad de un desconocido condenado a muerte, el 14 de agosto de 1941, en el campo de concentración de Auchwitz.

 "La inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin limites ni reservas."

María Dabrowska, madre de San Maximiliano, era una joven piadosa que pensó en ser religiosa "para gozar del paraíso junto a las almas puras". Pero los problemas políticos de la época no lo hicieron posible. Polonia, su patria, estaba ocupada por los rusos, quienes habían cerrado los conventos y dispersado a los religiosos. Apenas existía algún que otro convento clandestino. Entonces rezó: "Señor, no quiero imponeros mi voluntad. Si vuestros designios fueran otros, dadme al menos un marido que no blasfeme, no tome alcohol, no vaya a la taberna a divertirse. Esto, Señor, te lo pido incondicionalmente".

María deseaba emprender una vida familiar cristiana. Dios la escuchó. El elegido de su corazón fue Julio Kolbe, católico fervoroso perteneciente a la Tercera Orden Franciscana, de la cual era dirigente y en la que ingresó ella también. Era dulce y sensible, casi tímido, y sin vicios.

Conozca, más en detalle, la interesante vida de este gran santo

ENSEÑANZAS, De las cartas de san Maximiliano María Kolbe, presbítero y mártir:

Dios es digno de una gloria infinita. Siendo nosotros pobres criaturas limitadas y, por tanto, incapaces de rendirle la gloria que él merece, esforcémonos, al menos, por contribuir, en cuanto podamos, a rendirle la mayor gloria posible.

La gloria de Dios consiste en la salvación de las almas, que Cristo ha redimido con el alto precio de su muerte en la cruz. La salvación y la santificación más perfecta del mayor número de almas debe ser el ideal más sublime de nuestra vida apostólica.


Querido hermano, piensa qué grande es la dignidad de nuestra condición por la misericordia de Dios. Por medio de la obediencia nosotros nos alzamos por encima de nuestra pequeñez y podemos obrar conforme a la voluntad de Dios. Más aún: adhiriéndonos así a la divina voluntad, a la que no puede resistir ninguna criatura, nos hacemos más fuertes que todas ellas. Ésta es nuestra grandeza; y no es todo: por medio de la obediencia nos convertimos en infinitamente poderosos.


Amemos sin límites a nuestro buen Padre: amor que se demuestra a través de la obediencia y se ejercita sobre todo cuando nos pide el sacrificio de la propia voluntad. El libro más bello y auténtico donde se puede aprender y profundizar este amor es el Crucifijo. Y esto lo obtendremos mucho más fácilmente de Dios por medio de la Inmaculada, porque a ella ha confiado Dios toda la economía de la misericordia.


La voluntad de María, no hay duda alguna, es la voluntad del mismo Dios. Nosotros, por tanto, consagrándonos a ella, somos también como ella, en las manos de Dios, instrumentos de su divina misericordia. Dejémonos guiar por María; dejémonos llevar por ella, y estaremos bajo su dirección tranquilos y seguros: ella se ocupará de todo y proveerá a todas nuestras necesidades, tanto del alma como del cuerpo; ella misma removerá las dificultades y angustias nuestras.