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Apartes del discurso que pronunció el Papa Benedicto XVI en la Plaza de España en Roma, el 8 dic de 2010, en horas de la tarde.
Ella, MARÍA,nos habla con la Palabra de Dios, que se hizo carne en su seno. Su “mensaje” no es otro que Jesús, Él que es toda su vida. Nos dice que todos somos llamados a abrirnos a la acción del Espíritu Santo para poder llegar, en nuestro destino final, a ser inmaculados, plena y definitivamente libres del mal: Nos lo dice con su misma santidad, con una mirada llena de esperanza y de compasión, que evoca palabras como estas: “No temas, hijo, Dios te quiere; te ama personalmente; pensó en ti antes de que vinieras al mundo y te llamó a la existencia para colmarte de amor y de vida; por esto ha salido a tu encuentro, se ha hecho como tú, se ha convertido en Jesús, Dios-Hombre, en todo igual que tú pero sin pecado; se dio a sí mismo por ti, hasta morir en la cruz, y así te dio una vida nueva, libre, santa e inmaculada" (cfr Ef 1,3-5).
La mirada de María es la mirada de Dios sobre cada uno. Ella nos mira con el amor mismo del Padre y nos bendice. Se comporta como nuestra “abogada” - y así la invocamos en la Salve, Regina: "Advocata nostra". Aunque todos hablaran mal de nosotros, ella, la la Madre, hablaría bien, porque su corazón inmaculado está sintonizado con la misericordia de Dios. Así ve ella la Ciudad: no como un aglomerado anónimo, sino como una constelación donde Dios conoce a todos personalmente por su nombre, uno a uno, y nos llama a resplandecer de su luz. Y quienes a los ojos del mundo son los primeros, para Dios son los últimos; los que son pequeños, para Dios son grandes. La Madre nos mira como Dios la miró a ella, humilde muchacha de Nazaret, insignificante a los ojos del mundo pero elegida y preciosa para Dios. Reconoce en cada uno la semejanza con su Hijo Jesús, ¡aunque nosotros seamos tan diferentes! ¿Pero quién más que ella conoce el poder de la Gracia divina? ¿Quién mejor que ella sabe que nada es imposible para Dios, capaz incluso de sacar el bien del mal?
¡Gracias, oh Madre Inmaculada, por estar siempre con nosotros! Vela siempre sobre nuestra Ciudad: conforta a los enfermos, alienta a los jóvenes, sostén a las familias. Infunde la fuerza para rechazar el mal, en todas sus formas, y de elegir el bien, aun cuando cuesta y comporta ir contracorriente. Danos la alegría de sentirnos amados por Dios, bendecidos por Él, predestinados a ser sus hijos.
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