San Luis María Grignion de Montfort

Autor: María de Luján Torre
Luis María Grignion de Montfort, Santo

El santo de la verdadera devoción Mariana

La Divina Providencia preparó a este gran santo y lo dio al mundo al final del S. XVII hasta apenas comenzado el XVIII.
Murió en 1716, habiendo realizado en tan corta carrera cantidad de misiones populares, echado los cimientos de dos congregaciones religiosas (que no llegó a ver en vida), restaurado templos de la Virgen ruinosos o abandonados y, sobre todo, arrancando las almas de las garras del jansenismo para devolverlas al amor ardiente de Dios, mediante la contemplación tierna de Jesús Crucificado y la verdadera devoción a María Santísima.
El jansenismo apartaba a las almas de la intimidad con Dios, de la relación sencilla y confiada característica del espíritu de filiación que es fruto del Espíritu Santo y la presencia de María en la vida del cristiano, acentuando en forma desmedida la Majestad y Santidad Infinita de Dios y nuestra indignidad.
De ahí la obsesión por interminables preparaciones, exámenes de conciencia más que escrupulosos, vueltas y revueltas sobre sí mismo, como si uno tuviera que lograr cierto grado de perfección previa para recibir los Sacramentos... ¡que son los que, en realidad, nos curan y nos perfeccionan..!
La gracia sería (dentro de este esquema), más bien un premio al propio esfuerzo, tal como Jesús nos lo ilustra en la parábola del fariseo y el publicano, que muchos no comprenden todavía... Y aún nosotros mismos, cada vez que tememos acercarnos al sacramento de la Confesión ‘’porque tengo demasiadas culpas...’’. ¿Y para qué está el Sacramento? Precisamente porque tenemos demasiadas culpas, necesitamos confesarnos con frecuencia y comulgar, porque sólo Jesucristo nos lava de nuestras culpas y nos fortalece para que las recaídas se vayan extinguiendo, poco a poco.

Luis María Grignion de Montfort reacciona con santa violencia ante el estrago que semejante postura causaba dentro de la Iglesia en ese momento, y ante la difusión de una falsa sabiduría en el ambiente intelectual cristiano, que desdibuja la radicalidad del Evangelio y huye del Camino de la Cruz.

Tanto en sus misiones populares como en sus escritos, planta firmemente a Cristo Crucificado (cumbre de la verdadera sabiduría, la sabiduría Divina), y la devoción a María como medio insustituible y necesario para que Cristo se forme realmente en cada alma bautizada.

El desarrollo de estas ideas lo realiza en su primera obra: ‘’El Amor de la Sabiduría Eterna’’ (1703-1704). El capítulo XVII de este libro es ya un anticipo de lo que explicará largamente acerca del papel de María Santísima en nuestra santificación, en el célebre ‘’Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen’’ (1712, aprox.). Valiosísimos consejos de orden práctico para vivir la dependencia total de María nos son dados en su otra obra: ‘’El Secreto de María’’, como resumen y complemento del ‘’Tratado...’’.

El Hijo de Dios, 2da. Persona de la Santísima Trinidad (o también ‘’Verbo’’, o ‘’Sabiduría Eterna’’), ha querido salvarnos y glorificar al Padre haciéndose hombre y muriendo en la Cruz. Y todo esto lo realizó Por María, Con María, En María y Para María, porque a Ella se entregó primero y para Ella en primer lugar derramó su Sangre Preciosa. No ha querido venir a nosotros directamente, sino a través de María.

Y así lo sigue haciendo, porque ha hecho de su Madre verdadera Madre nuestra, ‘’Mater Gratiae’’, Madre de la Gracia en nuestras almas. El Espíritu Santo realiza cada día el milagro de formar a Cristo en el bautizado en unión con María, tal como lo hizo desde el principio.
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DE MARIA NUNQUAM SATIS, "De María Nunca Sabremos lo Suficiente


NUNQUAM SATIS

VICTORIOSA FRENTE A TODAS LAS HEREJÍAS 

Cuando yo era un joven teólogo, antes e incluso durante las sesiones del Concilio, como sucedió y como le sucede todavía hoy a muchos, yo alimentaba algunas reservas sobre algunas fórmulas antiguas, como por ejemplo, la famosa de "María nunquam satis" - “de María nunca sabremos lo suficiente”- Esta me parecía exagerada.
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Lo invito a ser parte del INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

SIGNIFICADO DEL NOMBRE DE MARIA


-En el idioma arameo significa:
 "Señora" o "Princesa" (Bover).

-En el idioma hebreo es: "Hermosa" (Banderhewer).

-En el idioma egipcio que fue donde primero se utilizó este nombre significa:
 "La preferida de Yahvé Dios". (Éxodo 15, 20).

CRISTO es el CAMINO hacia la LUZ, la VERDAD y la VIDA

YO SOY LA LUZ DEL MUNDO

De los Tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de San JuanEl Señor dice: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Esta breve sentencia contiene un mandato y una promesa. Cumplamos, pues, lo que nos manda, y así tendremos derecho a esperar lo que nos promete. No sea que nos diga el día del juicio: «¿Ya hiciste lo que te mandaba, pues que esperas alcanzar lo que prometí?» «¿Qué es lo que mandaste, Señor, Dios nuestro?» Te dice: «Que me siguieras.» Has pedido un consejo de vida. ¿Y de qué vida sino de aquella acerca de la cual está escrito: En ti está la fuente viva? pulse aquí, para ver todo el tema

VIDENTE DE LOURDES

Autor: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net
Bernardita Soubirous, Santa
Vidente de Lourdes, Abril 16


Bernardita Soubirous, Santa


Virgen



El 11 de febrero, fiesta de la Santísima Virgen de Lourdes, nos recuerda las apariciones de la Virgen a una niña de 14 años que no sabía ni leer ni escribir, pero que rezaba todos los días el rosario, Bernardita Soubirous. Nació en Lourdes en 1844 de padres muy pobres. Por medio de ella la Virgen hizo surgir la prodigiosa fuente del milagro, a la cual acuden peregrinos de todo el mundo para reavivar su fe y su esperanza. Muchos regresan de Lourdes curados también en su cuerpo. La Virgen, durante la segunda aparición, le dijo: “No te prometo hacerte feliz en este mundo, pero sí en el otro”.

A pesar de haber sido dócil instrumento para extener la devoción a la Inmaculada, Bernardita no se contaminó con la gloria humana. El día que el obispo de Lourdes, ante 50.000 peregrinos, colocó la estatua de la Virgen sobre la roca de Massabielle, Bernardita tuvo que permanecer en su celda, víctima de un ataque de asma. Y cuando el dolor físico se hacía más insoportable, suspiraba: “No, no busco alivio, sino sólo la fuerza y la paciencia”. Su breve existencia transcurrió en la humilde aceptación del sufrimiento físico como generosa respuesta a la invitación de la Inmaculada para pagar con la penitencia el rescate de tantas almas que viven prisioneras del mal.

Mientras junto a la gruta de las apariciones se estaba construyendo un grande santuario para acoger a los numerosos peregrinos y enfermos en busca de alivio, Bernardita pareció desaparecer en la sombra. Pasó seis años en el instituto de Lourdes, de las Hermanas de la Caridad de Nevers, y en el que después fue admitida como novicia. Su entrada se demoró debido a su delicada salud. En la profesión tomó el nombre de Sor María Bernarda. Durante los quince años de vida conventual no conoció sino el privilegio del sufrimiento. Las mismas superioras la trataban con indiferencia, por un designio providencial que les impide a las almas elegidas la comprensión y a menudo hasta la benevolencia de las almas mediocres. Al principio fue enfermera dentro del convento, después sacristana, hasta cuando la enfermedad la obligó a permanecer en la cama, durante nueve años, siempre entre la vida y la muerte.

A quien la animaba le contestaba con la radiante sonrisa de los momentos de felicidad cuando estaba a la presencia de la blanca Señora de Lourdes: “María es tan bella que quienes la ven querrían morir para volver a verla”. Bernardita, la humilde pastorcita que pudo contemplar con sus propios ojos a la Virgen Inmaculada, murió el 16 de abril de 1879.

Fue beatificada el año 1935 y el Papa Pío XI la elevó al honor de los altares el 8 de diciembre de 1933.

CRISTO POR ADAN

Autor: Pedro García Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net
Cristo x Adán. O uno u otro
Meditaciones de San Pablo. Si por el delito de uno murieron todos, por otro hombre, Jesucristo, la gracia y el don de Dios se desbordan sobre todos

79.  Cristo x Adán. O uno u otro
79. Cristo x Adán. O uno u otro
¿No es cierto que conocemos bien la historia de Adán en el paraíso tal como la cuenta la Biblia?... Adán, el Adán pecador, éramos nosotros, éramos la Humanidad entera.
Y Dios le manda a un ángel:

- Ponte ante la puerta, espada llameante en mano, y cuida de que ese Adán no entre más aquí. No se le ocurra ahora venir de nuevo, coma del fruto del árbol de la vida, y se escape de la sentencia de muerte que pesa sobre él y su mujer… Desde entonces, no hay remedio. Nadie se ha escapado ni se libra de la muerte que nos persigue implacable.

¿Y si volviéramos a comer del árbol de la vida?...


- ¡Sí, coman, coman! -nos grita Pablo-. Que después de aquel Adán vino otro Adán muy diferente y con mucho más poder.

Este nuevo Adán se llama Jesús.

Nos metió a todos en un nuevo paraíso, y en él, como les dice Juan en su Revelación, “les quiere dar a comer del árbol de la vida, que está en el Paraíso de Dios” (Ap 2,7).

Si llevan las vestiduras blancas del Nuevo Adán -les sigue diciendo Juan en su Apocalipsis-, “podrán disponer del árbol de la vida y entrarán por las puertas de la ciudad”, el nuevo Paraíso en el que ya no se muere más (Ap 22,14)

¿Es cierto que Pablo nos puede hablar de esta manera?

Sin duda alguna. Pablo nos habla así.
Es ésta una idea que se me ocurre al abrir la carta a los Colosenses, donde les dice a sus destinatarios:

“Despójense del hombre viejo con sus obras, y revístanse del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar la imagen perfecta ideada por su Creador” (Col 3,10)

Esta doctrina sobre el viejo Adán del paraíso y el Nuevo que es Jesucristo, la desarrolla Pablo especialmente en la carta a los Romanos, donde enfrenta al Adán pecador con el nuevo Adán Jesucristo.
Vino del primero toda la ruina de la Humanidad: el pecado, la muerte, todos los males habidos y por haber.
Pero Dios restituyó todas las cosas en su debido orden merced al Nuevo Adán Jesucristo,
-que nos devolvió la vida de Dios al eliminar la culpa con la sangre de su Cruz;
-venció la muerte con su Resurrección,
-y nos hace entrar en el Paraíso de los cielos donde ya no se podrá morir.

Esta doctrina expuesta por Pablo tiene mucha aplicación en el mundo moderno.
Mientras en la sociedad viva robusto el hombre viejo, el Adán condenado por Dios, no habrá nunca ni honestidad, ni alegría, ni paz.
Mientras que si entra Jesucristo en las almas, en los hogares, en las naciones, surgirán por doquier los bienes que se perdieron por la culpa aquella del principio.

Pero, vaya; no saquemos consecuencias antes de escuchar a Pablo, al que vamos a dejar la palabra.
Y Pablo expone así su idea tan genial:
“Como por un hombre, Adán, entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así la muerte alcanzó a todos los hombres, ya que todos pecaron”.

Pasa Pablo ahora a enfrentar a Jesucristo con Adán:
“Si por el delito de uno murieron todos, por otro hombre, Jesucristo, la gracia y el don de Dios se desbordan sobre todos” (Ro 5,12-15)
Ante estas palabras de San Pablo, nos preguntamos nosotros, por más que las respuestas nos las va a dar el mismo Pablo: ¿Qué fue más grande, la desgracia que nos trajo Adán o la gracia que nos trajo Jesucristo?

Y Pablo va comparando a uno con otro.
Adán nos trajo el pecado; Jesucristo nos dio la Vida.
Adán nos causó la muerte; Jesucristo nos mereció la Resurrección.
Adán nos hizo perder el árbol de la vida; con Jesucristo recobramos la Vida Eterna.
Adán nos hizo romper con Dios por el pecado y abrió la puerta a la muerte; Jesucristo nos dio acceso a Dios y nos abrió la puerta del Paraíso donde reina vida inmortal.
Adán, con el pecado, nos hizo esclavos de Satanás y candidatos para su misma condenación; Jesucristo nos mereció y dio la Gracia de Dios y con ella la Gloria eterna.

La influencia de un Adán y otro en la historia del mundo es muy diversa, y gana Jesucristo con mucho.
San Pablo lo dice con una de sus sentencias más célebres: “Donde abundó el pecado superabundó la gracia” (Ro 5,20)
¿El mundo inficionado por Adán? ¿Grande el influjo de Adán el rebelde? ¿Muerte segura de todos causada por un criminal loco?...
Dios sabe tomarse la revancha.
Jesucristo inunda el mundo con la gracia de Dios.
Jesucristo el Hombre que todo lo atrae hacia Sí, para entregarlo a Dios su Padre.
Jesucristo es la resurrección segura de todos los que han de morir.
Ante el reino de Satanás que desaparecerá con todos sus secuaces, Jesucristo instaura un Reino que será eterno en paz, felicidad y amor para todos los salvados.

Mirando el plan de Dios a la luz de San Pablo, el cuadro es optimista, esperanzador, lleno de luz.
Pero, de momento, vemos que continúan sobre el mundo las sombras, y muy densas todavía.
Hoy siguen enfrentados los dos reinos, el de Satanás iniciado con el Adán del paraíso, y el instituido por Jesucristo con su Cruz y su Resurrección.
No digamos que el reino de Satanás no tiene fuerza, aunque sabemos con certeza absoluta que será plenamente vencido.
Son muchos los que engrosan sus filas, y nos causan preocupación seria a los creyentes, pues queremos la salvación de todos.
Los individuos, las personas concretas, han de optar por Jesucristo. Esto, desde luego.
Pero les incumbe lo mismo a las familias, a las instituciones sociales, a las naciones con su legislación, que, manteniendo su secularidad, no pueden enfrentarse con la norma suprema que les dicta Dios.
La sociedad también ha de optar por el Adán del paraíso o el Jesucristo Restaurador de todo.

Dios expulsó del paraíso a Adán a fin de que no comiera del árbol de la vida, que le hubiera hecho vivir para siempre.

El fruto de aquel árbol imaginario lo sustituyó Jesucristo en su Iglesia por el Pan de Vida, la Eucaristía, el Cuerpo mismo de Jesucristo, el cual asegura con aplomo divino:
“El que coma de este pan vivirá eternamente, porque yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54)

El odio de Satanás no iba a triunfar sobre el amor del Dios Creador y Padre de los hombres.
El orgulloso vencedor del paraíso se convirtió en el miserable vencido por una Cruz que aparece desnuda y un Sepulcro que sigue vacío…

Meditación sobre la pasión del Señor

De los Sermones de san León Magno, papa
(Sermón 15 Sobre la pasión del Señor, 3-4: PL 54, 366-367)

El que quiera venerar de verdad la pasión del Señor debe contemplar de tal manera, con los ojos de su corazón, a Jesús crucificado, que reconozca su propia carne en la carne de Jesús.

Que tiemble la tierra por el suplicio de su Redentor, que se hiendan las rocas que son los corazones de los infieles y que salgan fuera, venciendo la mole que los abruma, los que se hallaban bajo el peso mortal del sepulcro. Que se aparezcan ahora también en la ciudad santa, es decir, en la Iglesia de Dios, como anuncio de la resurrección futura, y que lo que ha de tener lugar en los cuerpos se realice ya en los corazones.

No hay enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no ayude la oración de Cristo. Pues si ésta fue de provecho para los que tanto se ensañaban con él, ¿cuánto más no lo será para los que se convierten a él?

La ignorancia ha sido eliminada, la dificultad atemperada, y la sangre sagrada de Cristo ha apagado aquella espada de fuego que guardaba las fronteras de la vida. La oscuridad de la antigua noche ha cedido el lugar a la luz verdadera.

El pueblo cristiano es invitado a gozar de las riquezas del paraíso, y a todos los regenerados les ha quedado abierto el regreso a la patria perdida, a no ser que ellos mismos se cierren aquel camino que pudo ser abierto por la fe de un ladrón.

Procuremos ahora que la ansiedad y la soberbia de las cosas de esta vida presente no nos sean obstáculo para conformarnos de todo corazón a nuestro Redentor, siguiendo sus ejemplos. Nada hizo él ni padeció que no fuera por nuestra salvación, para que todo lo que de bueno hay en la cabeza lo posea también el cuerpo.

En primer lugar, aquella asunción de nuestra substancia en la Divinidad, por la cual la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros, ¿a quién dejó excluido de su misericordia sino al que se resista a creer? ¿Y quién hay que no tenga una naturaleza común con la de Cristo, con tal de que reciba al que asumió la suya? ¿Y quién hay que no sea regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue engendrado? Finalmente, ¿quién no reconoce en él su propia debilidad? ¿Quién no se da cuenta de que el hecho de tomar alimento, de entregarse al descanso del sueño, de haber experimentado la angustia y la tristeza, de haber derramado lágrimas de piedad es todo ello consecuencia de haber tomado la condición de siervo?

Es que esta condición tenía que ser curada de sus antiguas heridas, purificada de la inmundicia del pecado; por eso el Hijo único de Dios se hizo también hijo del hombre, de modo que poseyó la condición humana en toda su realidad y la condición divina en toda su plenitud.

Es, por tanto, algo nuestro aquel que yació exánime en el sepulcro, que resucitó al tercer día y que subió a la derecha del Padre en lo más alto de los cielos; de manera que, si avanzamos por el camino de sus mandamientos, si no nos avergonzamos de confesar todo lo que hizo por nuestra salvación en la humildad de su cuerpo, también nosotros tendremos parte en su gloria, ya que no puede dejar de cumplirse lo que prometió: A todo aquel que me reconozca ante los hombres lo reconoceré yo también ante mi Padre que está en los cielos.

RESPONSORIO 1Co 1, 18. 23

R. El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías de perdición; * pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es fuerza de Dios.
V. Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles.
R. Pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es fuerza de Dios.